domingo, 29 de septiembre de 2013

Estampa de otra noche



Como quien ya estuviera acostumbrado y cual si fuera ya una rutina, cerró la contrapuerta y regresó a su rincón. Limpió una copa, la secó y la asentó en la mesa. Procedió a buscar la botella de licor más fuerte que tenía. Una copa de vino no funcionaría de absorbo esta vez. Ron, puro ron, aquel que es difícil de tragar y te hace fruñir el ceño. El ron que te arruga la expresión. Agarró la botella para hacerle compañía a la copa. Antes de sentarse, abrió una gaveta de dónde sacó dos cigarros y una caja de fósforos. Bajó la mirada y un tanto angustiado guardó uno de los cigarros. Esa noche solo se encendería un cigarro y se serviría tan solo una copa, aunque sin lugar a dudas se bebería toda una botella. De camino a la mesa agarró un cenicero que casualmente estaba apoyado sobre un libro que se veía un tanto maltratado. Cuando miró el libro vio que se trataba de una edición antológica de Walt Whitman. Volvió a bajar la mirada, agarró el libro y continuó su lento camino hasta la mesa por entre la oscuridad de las puertas y los pasillos.

Cuando por fin llegó a la mesa movió la silla y se sentó. Todo se veía sombrío pues no había luz que encendiera esa noche. Solo alumbraba la luz de la noche que entraba por entre las ventanas. Sirvió la primera copa de ron y levantándola en la mano izquierda brindó con la soledad. Bajó el primer sorbo de ron,  fruñó el ceño y la cara arrugó. Hasta se ahogó y carraspeó la garganta. Así arropado de incertidumbre se tomó de un solo acto la copa entera y sirvió otra copa. Mordió la punta del cigarro y encendió un fósforo. Por un segundo se alumbró todo aquel rincón. Mientras fumaba y seguía bajando la botella de ron, miró de reojo el libro de Whitman. Esta noche el libro no le hablaba. Lo tiró a un lado y al levantar la mirada vio en una esquina su vieja guitarra. Se paró a buscar la guitarra y regresó a la mesa.

Sin pensarlo mucho, dejó que su embriaguez tomara forma de madera hueca resonando notas de cuerdas amarradas. Tocó suave pero constante un arpegio en Re menor. La armonía gritaba melancolía.

Volvió a bajar la mirada, cerró los ojos y suspiró…