jueves, 10 de mayo de 2012

COMENTARIOS SOBRE EL RECONOCIMIENTO DEL MATRIMONIO ENTRE PERSONAS DEL MISMO SEXO


En vista de las expresiones hechas por el presidente Obama ayer, donde públicamente apoya el reconocimiento de la institución del matrimonio entre personas del mismo sexo, me surge la necesidad de hacer un par de comentarios al respecto. Principalmente porque sé que los puertorriqueños son muy conservadores, tradicionalistas y esencialmente católicos respecto a sus posiciones ante este asunto. Desde mi perspectiva, el negar el matrimonio como derecho fundamental a personas del mismo sexo, representa la más clara y contemporánea violación de derechos constitucionales y del reconocimiento de la dignidad de todas las personas. Es negarse a evolucionar y adaptar instituciones útiles a tiempos cambiantes.  
Para poder hacer un análisis del asunto es preciso hacer una distinción fundamental. El matrimonio tiene dos vertientes, el matrimonio religioso y el matrimonio legal. El religioso consiste en una promesa que hacen dos personas de fe que ante la bendición de un sacerdote juran pasar el resto de la vida viviendo juntos bajo las doctrinas morales y éticas de la iglesia. Aunque la mayoría de las personas en Puerto Rico se casan por la iglesia sin pensar en lo que realmente representa, fundamentalmente lo que hacen es una promesa de regir el resto de sus vidas como pareja bajo los parámetros doctrinales de una religión. En cambio, el matrimonio legal es una institución civil que procede de un contrato en virtud del cual dos personas se obligan mutuamente a ser esposos y cumplir el uno para con el otro los deberes que la ley les impone. Conlleva también el reconocimiento legal de una gran cantidad de beneficios e incentivos económicos para la pareja. Así, los esposos pueden rendir contribuciones juntos, establecer una sociedad legal de gananciales para la coadministración de bienes y reclamarse alimentos mutuamente. Una institución no depende de la otra. Una persona puede estar casada civilmente pero no religiosamente y viceversa. Cada una de las instituciones matrimoniales tiene fines distintos.
El argumento que escucho con más frecuencia es que el matrimonio es una institución cristiana que fue creada con el único propósito de procrear hijos y que por tanto se le tiene que respetar su origen histórico. Este argumento se fundamenta en que la religión cristiana creó la institución para determinado propósito y que dicho propósito no se puede cumplir en un matrimonio de personas del mismo sexo. Alegan que no es algo natural. Como si el matrimonio fuera algo natural. En más de una ocasión he escuchado a personas muy estudiosas e inteligentes proponer como solución a la controversia que se cree una institución a parte para los homosexuales. Entienden que se les debe dar en esencia los mismos derechos pero que se les debe clasificar como una cosa aparte. Como algo fuera de lo normal. Esto es absurdamente inconstitucional y tiene conlleva en si el reconocimiento de la injusticia que proponen como solución.
Una de las nociones constitucionales en las que se basa nuestro sistema de gobierno es separación entre la iglesia y el estado. Este principio está basado en que, aun cuando se respeta la libertad de culto, el estado aprobará leyes que respondan a los mejores intereses sociales y no necesariamente a las corrientes doctrinales de una religión particular. Esto es un principio cardinal de nuestro sistema constitucional de gobierno. El pleno entendimiento de este principio constitucional descarta la teoría de que hay que respetar la institución del matrimonio como fue creada por los cristianos hace cientos de años so pretexto de conservar su identidad histórica. Al presente, la institución del matrimonio civil nada tiene que ver con el matrimonio religioso, y mucho menos está conceptualizado como se conceptuó hace cientos de años.
El proponer como solución que se cree una institución a parte para los homosexuales tiene como argumento un problema fundamental, viola la igual protección de las leyes. El que todas las personas sean iguales ante la ley es un principio medular en nuestra constitución. Es por ello que la clausula de la igual protección de las leyes prohíbe que se creen clasificaciones sospechosas que propicien el discrimen en contra de personas o grupos de personas. Es decir, como norma general no se pueden crear leyes que discriminen injustificadamente contra personas. El negar los derechos y protecciones que tiene el matrimonio a un grupo de personas particulares crea una clasificación sospechosa que discrimina contra todo ciudadano que no sea heterosexual. Sin embargo, el ordenamiento constitucional reconoce la posibilidad de que existan leyes que discriminen contra personas. De hecho, en ocasiones leyes que discriminan tienen virtudes sociales que adelantan derechos de grupos oprimidos, como por ejemplo las leyes de acción afirmativa. Pero para que sea permisible que una clasificación sospechosa que discrimina contra un grupo tiene que existir un interés sustancial gubernamental y el discrimen tiene que ser necesario para adelantar ese interés. Es aquí donde cae el argumento en contra del matrimonio entre homosexuales. ¿Qué interés legítimo, que no sea religioso, puede tener el Estado en prohibir que personas del mismo sexo se casen? A mi entender ninguno. Mientras la discriminación no adelante ningún interés gubernamental es constitucionalmente impermisible.
Creo que nos encontramos en un momento histórico donde el reconocimiento del matrimonio como derecho fundamental de todo ser humano, sin distinción de orientación sexual, se encuentra a la vuelta de la esquina. Es altamente probable que dentro del próximo año el Tribunal Supremo de Estados Unidos atienda la controversia y se exprese al respecto. Es momento de mirar el asunto objetivamente y de darse cuenta de que todos tenemos un amigo, familiar, vecino o compañero que es homosexual y que nuestra indiferencia o trato denigrante hacia la comunidad homosexual no es cónsona con los valores de nuestra constitución ni con los valores del cristianismo. Cuando los vientos de cambio soplan no hay montaña que los detenga sino molinos que los canalicen.