Era un
jueves en la tarde en aquella ciudad calurosa. A las 4:58 guardó la última caja
y cerró los cuatro candados que tenía la puerta. Salió a la calle, sintió el
quemar del sol que se escondía por el oeste y decidió caminar un par de
cuadras. Siguió su caminar hasta que llegó a un pequeño restaurante que hacía
esquina con una barbería y algún local abandonado. Entró al restaurante y se
sentó en la mesa donde usualmente se sienta todas las noches a comer. Dos
meseros llegaron inmediatamente a su mesa. Uno cargaba el pan, el otro traía la
copa de cabernet. Ambos lo saludaron
contentos de verlo y jocosamente comentaron y discutieron alguno que otro
evento noticioso de los que figuraban en las portadas de los periódicos. Como
de costumbre ordenó carne roja, grasosa y casi cruda, acompañada de otra copa
de vino y pan horneado. Terminó de comer, pagó y continuó su marcha. Esta vez
caminó unas cinco cuadras en dirección contraria. Ya se había puesto el sol y
comenzaba a sentirse la brisa de la noche mientras oscurecía.
Se detuvo
en la misma calle de todas las noches para entrar a la misma barra de todas las
noches. Entró, saludó al cantinero y se sentó en la esquina más alejada junto
frente al televisor donde corrían las noticias… dónde no había nadie cerca.
Como de costumbre pidió un trago doble y encendió un cigarrillo. El cantinero
le permitía fumar dentro de la barra siempre que nadie se quejara. Esta noche
el lugar estaba casi desierto.
Luego de haber tomado ya cuatro tragos y haber fumado unos ocho cigarrillos comenzó a sentir una extraña palpitación en el pecho. Empezó a sudar descontroladamente. Se agarró el pecho con la mano derecha. Arrugó la cara. De pronto sus brazos colapsaron, el sonido desapareció y su frente detuvo la caída de su cuerpo contra la mesa. Sus hábitos lo habían alcanzado.
Pasaron
exactamente siete minutos hasta que volvió a sentir algo. No fue un sonido, no fue
algo que vio, nada que olió, probó ni tocó. Sintió algo que no era un sentido.
Era la muerte. Tras darse cuenta del hecho de la muerte, sus sentidos
comenzaron a regresar. Escuchó silencio. Tocó la superficie sólida. Sintió el
aroma de la brisa y saboreó la sal en el viento. Cuando por fin pudo abrir los
ojos, vio todo un resplandor de luz. Todo estaba alumbrado cuan si caminara
sobre la luz. A lo lejos se veía una silueta. Con un paso lento y tímido caminó
hacia ella. Al acercarse vio que era un hombre sentado en una barra con un
trago en la mano y una silla vacía como esperando que se sentara. Llegó hasta
donde el hombre y se sentó. El hombre le pasó un vaso lleno y dijo;
‘Supongo
que te hace falta un trago doble’
‘¿Quién
eres?’- preguntó
‘Dios’-
respondió
Boquiabierto
le preguntó; ‘¿Si eres Dios, que haces bebiendo aquí conmigo?’
A lo que
Dios replicó; ‘Tomo la forma que necesites para poder comprenderme. ¿Hay algo
que quieras preguntarme?’
Todavía un
poco abrumado por todo dijo; ‘Toda la vida tuve mil preguntas e inquietudes.
Hoy que ya no tengo vida y puedo tener respuestas, solo tengo remordimiento de
morir sin haberme realizado.’
Dios sonrió
y le dijo; ‘¡Perfecto! No me preguntes. Toma tu trago y ven a caminar conmigo,
yo te cuento.’
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