Hace algún
tiempo discutía con uno de esos amigos con los que uno juega a ser jurista de
chinchorro sobre como conceptualizamos el Derecho. En la discusión me cuenta mi
amigo que su visión de lo que es la abogacía cambió cuando escuchó a una colega
decir la frase “no seamos mercaderes del derecho sino artesanos de la justicia”.
Desde entonces mi colega jurista de
chinchorro ve al abogado como un artesano de la justicia. Inevitablemente
pasamos toda aquella noche discutiendo la bendita frase.
Luego de
haber tenido un par de meses para reflexionar sobre el tema, quiero proponerle
a mi amigo un pequeño cambio a la frase.
En esencia
estoy muy de acuerdo con que el abogado no debe, ni puede ser, un mercader del
derecho. Yo no estoy muy seguro si el Tribunal Supremo piensa como yo. Después
de todo ya nos enseñaron en ética que “[e]n la práctica del comercio es
aceptable que la mercancía se exhiba en vitrinas y escaparates. En la práctica
de la abogacía la mercancía de que se dispone es el talento, el conocimiento
del Derecho y las destrezas del abogado, mercancía que se anuncia por sí sola a
través de la reputación bien ganada.” In
re Valentín González, 115 D.P.R. 68 (1984) Aun cuando todos estudiamos Derecho para ganar
dinero, tiene que existir una sensibilidad inherente a la práctica profesional
jurídica que sobrepase el interés de vender nuestro conocimiento como mercancía,
no importa si el Supremo dice que nuestro talento es mercancía.
La figura
del artesano me parece un símil genial para ilustrar lo que debe ser un
abogado. Un artesano es aquella persona que utilizando solo su creatividad e
instrumentos crea arte de algún material rústico. Así por ejemplo puede tallar
un santo de madera de un pedazo de tronco o puede convertir barro en un hermoso
envase.
El abogado,
al igual que el artesano, tiene que usar su creatividad y sus herramientas para
producir resultados. En nuestro caso, las herramientas son la tinta, las
palabras y el conocimiento. Siguiendo la analogía, parecería que para los
abogados el tronco a ser tallado son las Leyes. Es aquí donde no comparto del
todo la visión de mi amigo. Y es que de ordinario peco de ser positivista.
Entiendo que debe existir un ordenamiento jurídico confiable y predecible que
garantice la estabilidad social. No se puede cambiar toda Ley en nombre de ser
un artesano de la justicia. Desde mi perspectiva, el ordenamiento jurídico solo
debe alterarse cuando este tienda a producir resultados injustos o inadecuados
para las realidades sociales. En ese sentido, no creo que el abogado deba ser
un artesano de la justicia, sino un artesano del derecho justo. Como abogados
debemos usar nuestras herramientas para aplicar las normas jurídicas imperantes
y solo debemos tallar las Leyes cuando estas produzcan resultados socialmente
injustos.
Así que le
propongo al colega jurista de chinchorro que no seamos mercaderes del derecho
sino artesanos del derecho justo.
Lo complejo
del caso es aquello de la relatividad de la justicia, pero eso es tema para
otra discusión.
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