Creo que en
esta vida todo se hace con alevosía.
De lo contrario no se ha hecho absolutamente nada.
Creo que la
poesía es como el pan, de todos.
Creo que a Neruda
verdaderamente no le hacía falta
escribir veinte poemas de amor y mucho menos una canción desesperada… aunque siempre
tenga un gozo inherente su incertidumbre.
Creo que
cada año hay que despedirlo con el brindis del bohemio y brindar por la anciana
inconsolable por quien la pena huía.
Creo que en
esta vida las oportunidades son escasas. Que ante la duda, cuando la recompensa
es grande, no es preciso saludar sino matar. A fin de cuentas, luego de saludar
siempre mataría.
Creo que las
conversaciones más profundas, todas, las he compartido con las cuerdas y el
sonido hueco de mi guitarra mientras anochecía.
Creo que para
la melancolía se inventaron el
whiskey, la poesía y las interminables noches de bohemia.
Creo que
todas las veces se brinda con la mano izquierda… sin excepción. Lo contrario enfurecería la energía.
Creo que
existen dos tipos de personas, las que pueden morir hoy sin ningún
remordimiento y los que si morimos hoy nunca nos habremos realizado. Por ello, la
muerte no siempre resultaría en
vano.
Creo que al
final volveré a cantar que me muero como viví… aunque antes lo fingía.
Creo que
todo bohemio se refugia entre la hermosura de la sonrisa hasta que el fusil que
es una mirada impía le descarrila el
quehacer.
Creo que
antes de morir haría falta una
sonrisa, una blasfemia y dos derrotas.
Creo que preferiría un sorbo de antaño antes que
un manjar de algún rebaño.
Creo que
para creer hace falta la locura que es lo que hacía que la vida tuviera color. Que no hay mejor locura que la que
viene acompañada de la embriaguez habitual.
Creo que,
aunque ya lo sabía, ser bohemio no
es una profesión, sino una conversación que se lleva a perpetuidad.
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