sábado, 31 de agosto de 2013

Cuando pienso en ti



 










Aquella vez traté de decirlo frente a todos pero las palabras ciertas no aparecieron. Solo mi cara perpleja, expresión sincera y palabras que ni recuerdo pero que se no fueron las correctas. Al menos no fueron las que merecía tu despedida. Hoy no puedo evitar darle un segundo intento cuando pienso en ti. 

Te conocí toda mi vida, pero no fue hasta después de tu vida que realmente pude comprender todo lo que eres. Eres una fortaleza, una luz que ni ante la muerte parpadea. Independencia hecha carne, hueso, sangre y hasta polvo. Eres cariño incomprensible…inagotable. Nobleza capaz de sacar un ‘te quiero’ de la terquedad más profunda. Firmeza de convicción aferrada a lo amado. Eres todo lo que somos gracias a lo que tú eres.
El recuerdo que cala más hondo en mí, que siempre me hace pensar en ti, fue sentarme de niño con ustedes a mirarlas hablar. Escucharlas hacer cuentos, tomar vino y resolver todos los problemas del mundo. Para luego preguntarme a mí como yo los resolvería. Conversaciones tan geniales que hasta participaba una gran armadura de acero. Los primeros rasgos de mi carácter. Mi primera noche bohemia. 

Tampoco saco de mi cabeza, cuando pienso en ti, aquella navidad que me hiciste recitar aquel brindis leído de aquel libro. Ese día me enseñaste tres cosas. Me enseñaste a brindar, a leer poesía y el significado del tesoro escondido en los ojos de mi abuela, mi mamita y mi titi. ¡Qué grande eres!  

Cuando te ibas ya lo esperábamos. Ya estábamos preparados. Por lo menos eso pensaba yo. Pero tú me enseñaste tanto, que hasta después de irte me seguiste enseñando. Después de que te fuiste aprendí lo que verdaderamente quiere decir ‘inconsolable’. Así me siento cuando pienso en ti… inconsolable. Aferrado al recuerdo de lo que todavía no puedo creer ya no está. Hasta me siento inconsolable cuando veo otros pensando en ti, especialmente mi piojita. Supongo que eso solo atesta tu incalculable valor. 

Eres tan noble que hasta viniste a despedirte aquí, a donde te vio nacer un campito. 

Recuerdo la última mirada que me diste, las últimas palabras que me dijiste, la última expresión que vi de tu carita. 

Gracias por cuidar a mi mamita toda su vida, gracias por cuidar a mi piojita, a mi viejita, gracias por ser. 

Al final me quise aferrar a ti para que no te fueras, pero fuiste tú la que me abrazó a mí para no irse. Te aseguraste de vivir a través de todos nosotros que somos reflejo de todo lo que tú eres. 

Te extraño,      
     

martes, 27 de agosto de 2013

El Siemprevivo


Supe una vez una historia que nunca conté y que si te das cuenta en realidad no la estoy contando ahora. Puede que se trate más bien de una mera adjetivación del carácter de un personaje que puede ser o no real o ficticio. Lo cierto es que no se trata, ni se ha tratado nunca, del cueto que me presto a no contar.

Hubo un momento en que comprendí la virtud que entretiene el fin del Siemprevivo. Era la de un hombre que nunca supo, o no quiso saber, lo que es estar en un estado de indefensión sin sentir júbilo al hacerlo. Era un estado de euforia constante. El sufrimiento y la angustia nunca lo acompañaron; y si lo hicieron, el Siemprevivo nunca dejó que nadie lo supiera. Realmente pienso que el Siemprevivo posee el don de la juventud eterna de las emociones, que es igual a la vida que da muerte a todo lo que tiene a su alrededor que en su condición no existe. No existe alrededor para el Siemprevivo.  

El día en que murió el Siemprevivo… no sé lo que pasó pues el Siemprevivo sobrevivió toda su ascendencia y su estirpe.  

El Siemprevivo será siempre un vivo ante la muerte.        

Por qué escribimos ahora



Siempre he pensado que es pertinente sacar un minuto para pensar las cosas un poco más de lo que deberían ser pensadas. Esto es particularmente cierto cuando te topas, de paso incidental, con Roque Dalton. Salvadoreño oriundo de la creatividad fraterna.

Para aquellos tiempos Roque se cuestionó e inquirió sobre las razones por las cuales escribimos. Responde su interrogante en cinco estrofas cuando escribe “Por qué escribimos”. Roque nos cree custodios del tiempo que vivimos a través de nuestras letras.

Uno se va a morir,
mañana,
un año,
un mes sin pétalos dormidos;
disperso va a quedar bajo la tierra
y vendrán nuevos hombres
pidiendo panoramas.

Preguntarán qué fuimos,
quienes con llamas puras les antecedieron,
a quienes maldecir con el recuerdo.

Bien.
Eso hacemos:
custodiamos para ellos el tiempo que nos toca.         

Yo, aunque no acostumbro cuestionar a Roque incisivamente, más bien pienso que al escribir somos expresión del sentir contemporáneo que guardamos no tan solo para el porvenir sino para compartir con lo reciente. Todo el que escribe, sea de lo que sea, está haciendo un cuento. Sin saberlo somos cuentistas sin profesión. El que lee un cuento sabe y siente cosas que no ha vivido. Como es imposible vivir todo lo que es preciso vivir, urge leer lo más posible para complementar vía las letras. Claro, Roque atina en cuanto sabemos del pasado gracias a lo que se ha escrito. Pero si no escribimos para lo contemporáneo no le servimos a lo póstumo.  

Si escribimos para ahora valdremos para mañana. Si escribimos para mañana realmente no sé qué hemos escrito, sino un testamento.