Supe una
vez una historia que nunca conté y que si te das cuenta en realidad no la estoy
contando ahora. Puede que se trate más bien de una mera adjetivación del carácter
de un personaje que puede ser o no real o ficticio. Lo cierto es que no se
trata, ni se ha tratado nunca, del cueto que me presto a no contar.
Hubo un
momento en que comprendí la virtud que entretiene el fin del Siemprevivo. Era
la de un hombre que nunca supo, o no quiso saber, lo que es estar en un estado
de indefensión sin sentir júbilo al hacerlo. Era un estado de euforia
constante. El sufrimiento y la angustia nunca lo acompañaron; y si lo hicieron,
el Siemprevivo nunca dejó que nadie lo supiera. Realmente pienso que el
Siemprevivo posee el don de la juventud eterna de las emociones, que es igual a
la vida que da muerte a todo lo que tiene a su alrededor que en su condición no
existe. No existe alrededor para el Siemprevivo.
El día en
que murió el Siemprevivo… no sé lo que pasó pues el Siemprevivo sobrevivió toda
su ascendencia y su estirpe.
El
Siemprevivo será siempre un vivo ante la muerte.
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