Siempre he
pensado que es pertinente sacar un minuto para pensar las cosas un poco más de
lo que deberían ser pensadas. Esto es particularmente cierto cuando te topas,
de paso incidental, con Roque Dalton. Salvadoreño oriundo de la creatividad
fraterna.
Para
aquellos tiempos Roque se cuestionó e inquirió sobre las razones por las cuales
escribimos. Responde su interrogante en cinco estrofas cuando escribe “Por qué
escribimos”. Roque nos cree custodios del tiempo que vivimos a través de
nuestras letras.
Uno se va a morir,
mañana,
un año,
un mes sin pétalos
dormidos;
disperso va a quedar
bajo la tierra
y vendrán nuevos
hombres
pidiendo panoramas.
Preguntarán qué
fuimos,
quienes con llamas
puras les antecedieron,
a quienes maldecir con
el recuerdo.
Bien.
Eso hacemos:
custodiamos para ellos el tiempo que nos toca.
Yo, aunque
no acostumbro cuestionar a Roque incisivamente, más bien pienso que al escribir
somos expresión del sentir contemporáneo que guardamos no tan solo para el porvenir
sino para compartir con lo reciente. Todo el que escribe, sea de lo que sea,
está haciendo un cuento. Sin saberlo somos cuentistas sin profesión. El que lee
un cuento sabe y siente cosas que no ha vivido. Como es imposible vivir todo lo
que es preciso vivir, urge leer lo más posible para complementar vía las
letras. Claro, Roque atina en cuanto sabemos del pasado gracias a lo que se ha
escrito. Pero si no escribimos para lo contemporáneo no le servimos a lo
póstumo.
Si
escribimos para ahora valdremos para mañana. Si escribimos para mañana
realmente no sé qué hemos escrito, sino un testamento.
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