Aquella vez
traté de decirlo frente a todos pero las palabras ciertas no aparecieron. Solo
mi cara perpleja, expresión sincera y palabras que ni recuerdo pero que se no
fueron las correctas. Al menos no fueron las que merecía tu despedida. Hoy no
puedo evitar darle un segundo intento cuando pienso en ti.
Te conocí
toda mi vida, pero no fue hasta después de tu vida que realmente pude
comprender todo lo que eres. Eres una fortaleza, una luz que ni ante la muerte
parpadea. Independencia hecha carne, hueso, sangre y hasta polvo. Eres cariño
incomprensible…inagotable. Nobleza capaz de sacar un ‘te quiero’ de la
terquedad más profunda. Firmeza de convicción aferrada a lo amado. Eres todo lo
que somos gracias a lo que tú eres.
El recuerdo
que cala más hondo en mí, que siempre me hace pensar en ti, fue sentarme de niño
con ustedes a mirarlas hablar. Escucharlas hacer cuentos, tomar vino y resolver
todos los problemas del mundo. Para luego preguntarme a mí como yo los
resolvería. Conversaciones tan geniales que hasta participaba una gran armadura
de acero. Los primeros rasgos de mi carácter. Mi primera noche bohemia.
Tampoco
saco de mi cabeza, cuando pienso en ti, aquella navidad que me hiciste recitar
aquel brindis leído de aquel libro. Ese día me enseñaste tres cosas. Me
enseñaste a brindar, a leer poesía y el significado del tesoro escondido en los
ojos de mi abuela, mi mamita y mi titi. ¡Qué grande eres!
Cuando te
ibas ya lo esperábamos. Ya estábamos preparados. Por lo menos eso pensaba yo.
Pero tú me enseñaste tanto, que hasta después de irte me seguiste enseñando.
Después de que te fuiste aprendí lo que verdaderamente quiere decir ‘inconsolable’.
Así me siento cuando pienso en ti… inconsolable. Aferrado al recuerdo de lo que
todavía no puedo creer ya no está. Hasta me siento inconsolable cuando veo
otros pensando en ti, especialmente mi piojita. Supongo que eso solo atesta tu
incalculable valor.
Eres tan
noble que hasta viniste a despedirte aquí, a donde te vio nacer un campito.
Recuerdo la
última mirada que me diste, las últimas palabras que me dijiste, la última
expresión que vi de tu carita.
Gracias por
cuidar a mi mamita toda su vida, gracias por cuidar a mi piojita, a mi viejita,
gracias por ser.
Al final me
quise aferrar a ti para que no te fueras, pero fuiste tú la que me abrazó a mí
para no irse. Te aseguraste de vivir a través de todos nosotros que somos
reflejo de todo lo que tú eres.
Te extraño,
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